viernes, 6 de marzo de 2020

Pura Caña


Pura Caña

Era el verano de 1977, yo estaba frente al mar, me daba chapuzones una y otra vez,
el sol caía y ella y yo volvíamos con la luna. Hasta que nació Peter, un niño increíble
que, si por él fuera, hubiese sido pez. Creció y mis aventuras cambiaron, íbamos a
ríos, lagunas, lagos y donde hubiese agua para seguir divirtiéndonos. Él conoció el
amor de su vida y pasé a las manos de su hijo, que, con un balde, un sombrero color
caqui con señuelos de pesca, una pantaloneta que llegaba hasta más abajo de las
rodillas y una sonrisa de oreja a oreja como comercial de crema dental, demostraba
ese amor heredado por el agua. Volvieron las aventuras, estar en lugares oscuros,
profundos, llenos de sombras e historias mágicas que llenaban mis días.
Pasó el milenio y las cosas empezaron a cambiar, ya no atrapábamos lo mismo de
siempre porque no había dónde atrapar; fue increíble como todo cambió. Un cambio
tan rápido que no volví a salir. Me tocó acomodarme a una nueva vida que nunca
esperé, a estar recostado en una esquina, cargando ya no carnada, sino siendo parte
de los que también son dejados en la entrada de una casa, era parte de una
decoración de antaño.

Nunca más volví a sentir el agua; solo cuando llegaban esas chaquetas empapadas
por la lluvia. Nunca más atrapé a esos peces grandes y fuertes que luchaban contra
todo.

Pero yo, ¡me rehúso a ser un perchero, yo soy una caña de pescar! No merezco ser
otra cosa, así como ustedes no tienen dos almas, no tienen dos corazones o dos tipos
de sangre.

NARRADOR:
Dicen que desde esa época se ve pasando de casa en casa siendo el perchero de la
familia.

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