jueves, 28 de mayo de 2020

Lluvia de billetes


Esta historia comienza con un título algo satanizado por la sociedad colombiana, donde nos remite a nuestras peores épocas. Y aunque este cuento habla sobre una época dura, no es por donde se imaginan.

Es la historia de Don Julio Contreras, un hombre oriundo de la Costa Caribe, y que desde pequeño no soltaba su acordeón ni siquiera para dormir. Don Julio conquistaba a sus amores platónicos con notas que salían mientras veía la luna desde su chinchorro y el sonido de la lluvia en invierno.

Cada una de sus notas le recordaba un episodio de su vida, episodios que se volvían canciones y que en cuanto más pasaban los años, más inspiración había en sus letras. Los años pasaron y se convirtió en todo un compositor vallenato, y aunque no era lo que traía dinero a su casa, era la forma de conseguir algo de comida disfrutando lo que le gustaba hacer.

Las cosas se complicaron y en su cabeza dura por ser alguien, se fue para la capital o la nevera como la llaman en todas las regiones de Colombia. Don Julio, su familia y su tropa, como les decía a su grupo de banda, llegaron a Bogotá en medio de ruidos, afanes y mucha mucha lluvia. Los días pasaron y su trabajo como soldador no fue el esperado, tanto así que en una de esas noches de desvelo mirando la luna y escuchando el sonido de la lluvia, pero esta vez desde una terraza al sur de la ciudad, decidió que se dedicaría a lo que siempre lo hizo feliz, cantar. Las cosas fueron muy bien, él y su tropa fueron llenando bares, cumpleaños y hasta despedidas de soltero y cuando estaban en la cumbre, donde se sentían cómodos haciendo lo que les gustaba y donde la comida ya no era un problema en casa, llegó el asesino silencioso, ese que se esparcía como la envidia por todo el mundo, y los bares, los cumpleaños y hasta las despedidas de soltero, no volvieron más, lo que si volvió fue la incertidumbre y el hambre.

Don Julio, tenía que buscar la forma de salir ese agujero al que no había querido entrar, pero que los estaba ahogando a medida del tiempo. Se preguntó si la pandemia también había destruido la sensación de cantar a grito herido y de soltar todo ese sentimiento que el ritmo de la ciudad a veces no nos deja. Cogió su tropa, el acordeón de siempre y su voz, se le metió en la cabeza que las personas no podían vivir sin música, porque cuando eso llegará, sí que sería el fin del mundo.

Su tropa y él se pararon sobre la calle 13 de Bogotá y emprendieron su viaje a los barrios de los ricos en el popular bus del pueblo. Al llegar, se miraron a los ojos, se preguntaron si era la decisión correcta y si, sí les daría resultado. Sin más y con el impulso llevado por el hambre, siendo las 11:03 de la mañana los instrumentos y su voz volvieron a sonar, pero esta vez convirtiendo las ventanas de los apartamentos en los palcos del Festival Vallenato.  

La tropa al ritmo que habían aprendido de los juglares llevó su inspiración hasta el piso 12, desde donde el primer billete de 2.000 empezó a caer y desde donde la esperanza y el amor por la música, los convenció una vez más que hacer lo que nos gusta, también nos pone a prueba para seguir haciéndolo a pesar de las circunstancias.